“El 1 de febrero de 1954, tras muchos años buscando un legendario tesoro en la cordillera de Los Andes, dos pirquineros chilenos descubrieron en la cumbre del cerro El Plomo, a 5400 metros de altura, el cuerpo de un niño Inca congelado por más de 500 años. Un niño muerto en un sacrificio ritual no era el tesoro que esperaban encontrar. Sin embargo, decidieron llevarlo a Santiago, la ciudad a los pies de la cordillera, dejando a la montaña sin su tributo sagrado”.
La nueva película chilena
Con esta información comienza “El niño del plomo”. Esta es una película dirigida por el director y músico Daniel Dávila y coescrita por la destacada cineasta Elisa Eliash (“Mami te amo”). La película se estrenará en salas chilenas el próximo 20 de octubre.
La introducción dará paso a un recorrido por un Santiago inhóspito. Progresivamente se asomará una cordillera majestuosa que albergará a los personajes: una mujer y un niño que emprenden un enigmático viaje al Cerro El Plomo, cumbre sagrada Inca. Mateo es quien fuerza la expedición. Siente que hay un vacío y oye un llamado. Scarlett, su nana, desesperada por volver al refugio, trata de ignorar la voz de la naturaleza, pero la montaña exige a su niño de vuelta.
Una experiencia multidimensional
Daniel Dávila, el director, cuenta que la película nació estando en la cordillera. Vio una foto con los nombres de las cumbres del sector, entre las que destacaba la del cerro El Plomo por ser la más alta del conjunto. “Recordé que habían encontrado un niño Inca congelado en la cumbre de ese cerro a 5400 mts. como ofrenda ritual. Al ver el cerro en directo, me impresioné de que, a pesar que ya estaba sobre los 3000 mts, la cumbre del Plomo aún se veía tan lejos, tan difícil de llegar".
"No pude evitar preguntarme cómo pudieron los antiguos escalar esa montaña. No sólo desde el punto de vista físico, las dificultades, el frío, la falta de oxígeno, etc. Me intrigaba qué fuerzas interiores los motivaban a subir, cómo fue la experiencia del niño y quienes lo llevaban, qué sensaciones vivieron ellos durante el viaje. El viaje, en el sentido amplio de la palabra. Y entonces me pregunté si habría alguna manera de representar ese viaje multidimensional a través de una obra audiovisual, una película”, destaca el cineasta".
Dávila define a la obra como un ritual. “Una película ritual, un viaje audiovisual, poético y onírico que nos invita a redescubrir la importancia espiritual y cultural de nuestro paisaje cordillerano y su relación con nuestra ciudad”.
Dávila considera que lo que se hace evidente al ver “El Niño del Plomo” es su fuerte carácter visual y sonoro. “Es un viaje experiencial. Quisimos que cada uno de los planos de la película tuvieran simultáneamente belleza y misterio, mucha riqueza de detalles de forma que el espectador se introduzca en las imágenes, empujado por una banda sonora envolvente y sugestiva”, señala.