Ocurrió la cuarta visita de Morrissey a Chile (tercera en Santiago) el domingo 26 de febrero en el Movistar Arena. Transcurridos dos días después de su peculiar experiencia en el Festival de Viña (sobre la cual bromeó), desde el inicio quedaron patentes las diferencias entre ambas presentaciones.
Puesto que, el primero fue un espectáculo televisado para todo público. En contraste, el segundo tuvo todo lo que uno podría aguardar de un recital de Moz. La palabra "comunión" describe a la perfección el ambiente, con sonrisas generalizadas desde que el británico pisó el escenario y entrega total de ambas partes. Cuando la audiencia que colmó el recinto no vitoreaba frenéticamente o coreaba alguna de las joyas del setlist, escuchaba atenta cada nota proveniente del escenario y cada palabra del maestro de ceremonias. Se aferraban a cada instante, como quien sabe que presencia algo extraordinario.
Respecto a Morrissey, poco hay que decir que no se haya dicho ya. Una certeza: cada canción rindió honor a su leyenda. Los años de trayectoria se notan en todo. En lo que hace y en lo que no, en cómo se mueve, en su timing, en las bromas (al punto de decirle al público que sabía que un tema no les había gustado mucho). En la selección de una notable banda de apoyo, que estuvo a la altura tanto de los clásicos de su banda madre como de sus composiciones solistas.
'First of the Gang To Die' marcó el inicio. Hasta el memorable bis 'Still Ill', pasando por estrenos como 'Action Is My Middle Name' y versiones apoteósicas de joyas como 'Alma Matters' (quizás el momento cumbre), 'Please, Please, Please...', 'Let Me Kiss You', 'Meat Is Murder' y 'How Soon Is Now?'. No hubo espacios vacíos, solo una sucesión incesante de instantes sonoros inolvidables.